Por: MSc. Arq. Gerardo Regalado R.
Si bien el título de este artículo de reflexión alude una canción compuesta por el grupo chileno “Los prisioneros” hace 38 años para celebrar la caída de un dictador y su constitución, y visibilizar el descontento social y la desigualdad económica que afrontaban los olvidados, los segregados y postergados por la política de ese entonces. Hoy evoca una circunstancia muy parecida y precisa en el Perú y en Lima con mayor énfasis.
El baile de los que sobran nos refiere a los vaivenes de los casi 13 millones de urbícolas de Lima (incluye el Callao) por recomponer un tejido urbano cada día más fragmentado y segregado socialmente, además de peligroso, a partir de prácticas sociales, tales como; la movilidad urbana de personas y mercancías, la mutación de los usos del suelo, la autoconstrucción como alternativa a la burocracia inexorable, el comercio informal, el e-commerce, etc., todo esto mientras descansa el PLANMET 2040, en la gaveta de un funcionario, sea alcalde o de algún “urbanista” dentro de una oficina “apéndice” en una arquitectura organizacional caduca y en las antípodas de la gestión urbana, que no tiene mayor injerencia sobre el desarrollo urbano y menos en la toma de decisiones en el consejo metropolitano.
En ese contexto, los “planificadores urbanos” promueven un “diálogo urbano metropolitano” por iniciativa de la Municipalidad Metropolitana de Lima, en un ejercicio más de la planificación 4x 4, procedimiento caduco e inútil, y que como siempre impone los temas, sino que no convoca a los más importantes involucrados, la sociedad civil organizada.
Al respecto, el diálogo según Sócrates es un método para llegar a la verdad a partir de una secuencia de preguntas y respuestas en un orden lógico. En otro sentido, el diálogo parte de una necesidad para edificar certidumbre y comprensión al margen de las diferencias entre posiciones, con la finalidad de generar consenso dentro de un contexto de carácter público, es una oportunidad de intervención, es un derecho democrático y una práctica de la participación, además de la cooperación en la formulación de los instrumentos de planificación y para generar un mayor nivel de gobernabilidad y confianza pública en las instituciones (Pruitt & Thomas, 2008).
Sin embargo, en el promocionado evento, solo dialogarán los expertos sobre temas que solo ellos conocen y han propuesto, sin participación activa de los involucrados más directos, aquellos representados por organizaciones sociales y culturales que recomponen el tejido urbano de manera cotidiana, y lo más importante, la agenda ha sido puesta por el Instituto Metropolitano de Planificación apéndice del Municipio Metropolitano de Lima, evidenciando una falta de voluntad política para la genuina interacción y poca consideración ante los involucrados, desaprovechando un espacio interesante en el cual ambos dialogantes aprenden uno del otro gracias a que se escuchan, comprenden, exploran y descubren necesidades y formas de solución de la problemática que acusan y no un diálogo entre “expertos” que solo sacian su vanidad.
En ese sentido, la participación de la sociedad civil organizada en los procesos de planificación urbana es un proceso de aprendizaje continuo, donde todas las opiniones son tomadas en cuenta en una estructura horizontal de cooperación respaldado por la confianza, para obtener un consenso a partir de la discusión de las propuestas de solución.
En ese contexto, los involucrados van adquiriendo mayor grado de presencia, participación y poder de decisión, lo que se conoce como la “escalera de la participación”, donde se elevan desde una pasividad completa hacia obtener el manejo de un subproceso o proceso, en otras palabras, el involucrado se eleva desde una condición primigenia de “beneficiario” hasta alcanzar la condición de “actor del autodesarrollo” (Geilfus, 2002).
Es preciso para el éxito de estos procesos de participación, que la institución convocante posea una arquitectura organizacional flexible y se convierta en el líder que encabece el diálogo, pero no solo porque lo promueva, sino porque ayuda a consolidar las organizaciones de base la sociedad urbana a partir de la cooperación y ayuda económica, social y política, sino la contraparte más sensible del diálogo no se encontraría a la altura de las circunstancias que muestra la coyuntura urbana.
En efecto, lo que tiene que trabajar una institución como el Instituto Metropolitano de Planificación, para que los procesos de planificación urbana que promueve no sean más ejercicios de planificación urbana 4 x 4 imbuidos en un diálogo de sordos e impregnados del mito de Sísifo, son dos estrategias: la primera asegurar que el equipo que formule el plan tenga también la tarea de implementarlo, monitorearlo y retroalimentarlo; y segundo, identificar y seleccionar los actores representativos en la escala barrial y distrital, y convertirlos en actores del autodesarrollo en cada eje temático que plantea el PLANMET 2040 (Metrópoli justa, saludable, productiva, interconectada y participativa) empleando los fundamentos de la “escalera de la participación” para una gestión conjunta del plan.
Al respecto, lo anterior sería pasar desde la pasividad de suministrar información para la participación e información mediante recojo de datos; participar a partir de consultas específicas como las mesas temáticas sea por incentivos sociales o por capacitación; participación formando grupos de trabajos por objetivos; participación en la implementación y evaluación de las propuestas; y finalmente, participación como grupos locales que toman iniciativas, producen procesos de enseñanza-aprendizaje organizados que permiten participar activamente en las diferentes soluciones (Geilfus, 2002).
Como hemos mencionado, este proceso es constante y cíclico, flexible pero organizado. Las organizaciones de base que son las que enfrentan la problemática urbana y las primeras invitadas en participar en el diálogo si el gobierno local las empodera y las hace partícipe del desarrollo urbano y no solo considerándolas como “beneficiarios”. No obstante, para eso, el gobierno local tiene que implementar a priori una estrategia de socialización no solo del plan sino de los conceptos y fundamentos del plan, como en ciudades como Quito, Sao Paulo, Bogotá, que en los documentos prediales de cobro de impuestos aprovechan para informales sobre planificación urbana, además de tener una organización de vecinos notables que participan en los consejos metropolitanos y mesas temáticas todo el año.
En ese sentido, creemos firmemente que el Instituto Metropolitano de Planificación de la Municipalidad Metropolitana de Lima, es una “apéndice” de la estructura organizacional de dicho gobierno metropolitano, porque no se encuentra en el nivel político necesario para hacer respetar el Plan de Desarrollo Metropolitano al 2040 en todas sus políticas, estrategias, programas y proyectos, es simplemente una unidad de ejecutiva y de consulta más preocupada por la zonificación y sus reajustes “convenientes” y por ahí cualquier conflicto social relacionado con la ocupación del suelo, pero no para lo que realmente debe hacer, planificar.
Planificar la metrópoli de Lima, requiere además de formular el plan metropolitano, implementar las estrategias que refiere el modelo de desarrollo metropolitano, llevar a cabo los programas cuyas prioridades ya han sido definidas y formuladas en el plan, y poner en marcha los proyectos que han de consolidar tejidos urbanos o rescatar la urbanización informal frente al cambio climático, la inseguridad ciudadana, la pobreza urbana. Lo expuesto es el verdadero diálogo que necesitamos los que habitamos esta megalópolis y no una conversación entre expertos que académicamente puede ser interesante, pero que en la práctica no es útil para la ciudadanía que espera la implementación del plan y una participación más efectiva de sus organizaciones de base.